Donde habitan los recuerdos.
Huele a sal y pintura.
Son los últimos días del número quince de la avenida de los sueños. El olor a pintura se ha vuelto tan habitual como el ruido de los obreros entrando y saliendo.
No es un lugar para un bebé. Pero a el no parece importarle. Mira con su sonrisa inocente desde un rincón diferente cada día. Siempre al sol para crecer fuerte, escuchando cientos de canciones diferentes y observando con cuidado todo lo que le rodea.
La vida pasa en dos días.
La adolescencia, el nacimiento y la muerte se vuelven apenas un pestañeo vago y efímero del que no somos del todo conscientes.
El sol cae. Es hora de despedirse de la obra. La música cambia. Le gusta también el silencio que precede al baruyo de la cocina. Los aromas de esa apetitosa comida casera y los monólogos interminables de papá y mamá, aunque indescifrables son entretenidos.
A este año le quedan pocos momentos pero eso ya no importa. Todos y cada uno de ellos han sido especiales pero ninguno como los que están por llegar.
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