Agazapado entre el forraje vivo. A una legua de viaje entre la semana santa sevillana y el olor a sardina portuguesa. La vida sigue, y los años se instalan en la memoria, en el cuerpo. Ya no somos jóvenes. Disfrutamos de Marvel aun con su desastrosa y caótica fase cinco, nos emocionamos con el Baba Yaga de Keanu, y en secreto adoramos escuchar a los Backstreet Boys.
Esta es la vida, un pequeño lugar sin nombre.
Un crisol de sensaciones, de ruidos, de olores.
Y si no piense en los pequeños detalles cuando está atrapado en la segunda circular camino de siete rios a las siete y media de la mañana. Parece que en ese momento todo es malo, pero estas sentado, sin frio, con el arrullo del motor de tu coche ronroneando suavemente. No tienes que esperar a un tren que jamas aparecerá, o aguantar los olores o ruidos de un vagon de metro abarrotado.
Por eso ya te digo que la vida es un crisol, solo eso, un lugar lleno de cuadros y humanos entre ellos.
Hace tiempo que no escribía por estos lares.
Pero soy un romántico y aquellos que me conocen saben de mi frustrada profesión de periodista.
Así que entre crisis mental y espiritual pensé en venir a recordaros lo hermoso que es vivir si nos damos cuenta de los verdaderos pequeños detalles.
Sed felices humanos.
Vivir, es prioritario.
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