Aquellos mundos que dejamos atrás.

Alguna vez subo a la montaña solo para contemplar el horizonte, algunas otras solo para lanzar pequeños guijarros que como aquel tiesto de petunias se preguntarán en voz alta —aunque imperceptible para el hombre— como es que han llegado hasta alli.

Pero a veces, sucede que la piedra te mira a los ojos y por un momento en esos dos segundos recuerdas aquellos mundos que dejamos atrás.

Las batallas feroces que luchamos en la soledad de la noche, con apenas aquella capa mágica violeta que obtuviste de las manos de un bardo loco y que se convirtió en tu mejor aliado en las noches frías de los campos tubulares.

O las noches de neón con olor a goma quemada descendiendo por carreteras de nombres ahora innombrables y en las que un simple error podría significar el fin de aquel camino.

Aquellos mundos condenados a quedar suspendidos en el tiempo sin esperanza alguna, en bucles perpetuos. 

Pistas de baile vacías, granjas de miel descuidadas sin olvidar de aquellos dragones de obsidiana y jade que revolotean en las nubes del Valle de los duraznos más frescos y dulces de toda Pandaria.

Cuantos mundos dejados atrás con la esperanza de algún día regresar a sus caminos como quien prueba la comida de su abuela cuando después de tanto andar sin rumbo regresa a casa una fría noche de lluvia.

Así son algunos días en lo alto de esta montaña llamada vida. Llenos de nostalgia y buenos recuerdos. Esas historias son tan parte de tu vida como el aire que respiras o el sol que calienta tus entrañas.

La vida a veces es eso. Muchas vidas. Muchos mundos que dejamos atrás con la esperanza de volver algún día a ellos....

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