Per espera, ad astra

Este espacio no está escrito para alguien que me falló.

No es un reclamo, ni una indirecta, ni una puerta entreabierta.


Este blog es mi refugio. Mi espejo. Mi campo de batalla y mi trinchera de paz.

Aquí no busco aprobación ni revancha.

Aquí me escribo para no olvidarme, para entenderme, para abrazar al hombre que sobrevivió a sus propias tormentas.


Si alguien entra aquí buscando pistas, mensajes ocultos o espejos donde mirarse…

encontrará lo que nunca supo ver cuando estaba cerca:

mi verdad, sin permiso.


Porque ya no vivo con miedo a ser leído.

Porque cada palabra aquí escrita es un acto de libertad.

Porque este blog no es para ti

.

Es para mí.



Hubo un tiempo en que mi vida no me pertenecía.

Un tiempo en que mis emociones eran campo de batalla, mis palabras, munición, mis silencios trinchera.

No supe ver las señales desde el principio —porque ¿cómo se ve la tormenta cuando empieza con una brisa?—.
Solo sabía que alguien, con voz dulce y heridas a flor de piel, había entrado en mi vida como si me conociera desde siempre.
Me dijo que me amaba.
Y yo, que buscaba amor como quien busca agua en el desierto, creí. Entregué.
Y me perdí.


La relación se convirtió en un laberinto de reproches, promesas rotas, bloqueos emocionales, manipulación sutil y directa, y una constante sensación de que yo siempre era el problema.
Dije “lo siento” mil veces.
Pensé que todo era culpa mía.
Me compararon con otros. Se rieron de mis gestos de amor. Se escondieron detrás de historias a medias y verdades disfrazadas.

Incluso mi cuerpo gritaba lo que mi mente no podía ver:
eczema en las manos, insomnio, angustia crónica, ansiedad.
Mi alma estaba exhausta de justificar, de remendar, de intentar.
Y aún así… no me fui.
Porque me daba miedo soltar lo que creí que era amor.

Pero entonces vino el descarte final.
Y ahí… ahí empezó mi verdadera historia.


No fue inmediato.
Pasé días de llanto, noches de insomnio, pensamientos oscuros y una culpa que me devoraba.
Fui acusado de lo que no era, me hicieron sentir como un abusador cuando lo único que hice fue intentar estar, querer, sanar.
Vi cómo se repetían los mismos patrones con otras personas. Y sentí el vértigo de haber sido uno más en una lista de nombres usados y olvidados.

Pero no.
Yo no soy uno más.
Yo soy yo.
Y sobreviví.


Hoy, dos años después del contacto cero, lo celebro.
No como quien se venga, sino como quien honra su reconstrucción.

Hoy sé que bloquear no es ser cruel: es poner un límite.
Que amar no duele, y que si duele todo el tiempo, eso no es amor.
Hoy sé que quien necesita destruirte para sentirse alguien… es solo una sombra.
Y yo ya no vivo en la oscuridad.



Me lo repito para recordarlo: He sanado. Estoy sanando. Seguiré sanando.
No soy perfecto, y no olvido que también cometí errores. Pero eso no borra mi derecho a vivir en paz, a rehacerme, a quererme.
Tampoco borra que fui víctima de una historia enferma. Y que me costó una vida entenderlo.

Y aún así, vencí.


Si alguna vez vuelvo a olvidar…

Si alguna vez me sorprendo imaginando que vuelve.
Si alguna vez el recuerdo me atrapa…

Solo tengo que repetir:

“La guerra terminó.
Yo sigo en pie.
Y en esta historia… el que venció fui yo.”

Comentarios

Entradas populares de este blog

Donde habitan los recuerdos.

Adios abuela

Que viva el amor.