La rebeldia de vivir.
Supongo que es el cansancio. Vivir cansa.
Por razones tan diversas como absurdas, justificadas o no, la vida va desgastando. Y con el paso de los días, ese cansancio se convierte en un hartazgo silencioso… aunque por dentro suene como un estruendo.
De repente abres los ojos y ves lo incómodo: la hipergamia, la hipersexualización, la polarización, esa necesidad insaciable de que un algoritmo te provoque, te agreda, te empuje a reaccionar.
Todo tiene que ser explicado, defendido, justificado. Da igual si hablas de cómo alimentar a tu bebé o si te posicionas sobre un conflicto internacional. Aunque lo tengas claro, el algoritmo alimenta una bestia que no se sacia nunca.
Y entonces ese cansancio huele a sospecha. Te ronda la idea de siempre: Internet está muerto. Ya no sabes qué es verdad y qué no. Y no, no es solo por la inteligencia artificial: la manipulación viene de antes.
Consumimos sin medida contenidos falsos. Es irónico: nos repiten cada día que miremos la etiqueta de los alimentos, pero aceptamos sin filtros datos, vídeos y noticias que no tienen ni pies ni cabeza. Si fueran comida, muchos de esos comentarios serían la peor categoría del Nutriscore.
Mientras tanto, pasan los días y la pregunta se hace inevitable:
¿En quién confiar en este mundo absurdo? ¿La prensa? ¿La televisión? ¿Los amigos?
Quizá haya llegado la hora de la gran desconexión: apagar la pantalla y volver a la vida real.
Porque esto, está claro, ya no es 2008.
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